jueves, 25 de junio de 2009

AL BORDE DE LO INSÓLITO

"Hay otros mundos pero están en este"
Blake
Un día cualquiera en la mañana salí a cumplir una entrevista de trabajo a pie. Existe una norma en mi país que exige que no podemos usar el carro porque hay mucha congestión. Se nos exige pagar altos impuestos, cubrir un sobrecosto al combustible, mantener activo un seguro por accidente a terceros, pagar una revisión mecánica periódicamente y otros requisitos para constatar que el vehículo esté en buenas condiciones, cambiar placas y renovar la licencia de conducción a un costo que escapa a muchas personas y que no se paga de buena gana sobre todo porque no se puede utilizar el automóvil. Las calles permanecen llenas de huecos y peligro, hay desorden y desequilibrio. No se sabe a dónde ha ido a parar tanto dinero.

Pensé en la deshonestidad de los políticos, en su cinismo, en su afán de mantenerse en el poder para imponer sus intereses personales y los de sus familiares sobre el interés colectivo, sin importar la urgente necesidad de desarrollo de la nación. Pensé también en los múltiples problemas de malversación de fondos, de tráfico de influencias y de corrupción en todos los órdenes. Me desilusionó aceptar la forma en que entran como salvadores y salen enriquecidos como ladrones.

Iba cavilando en estas cosas cuando me percaté que tal vez no alcanzaría a llegar a tiempo. Me apresuré entonces a abordar un taxi. A muy pocas cuadras nos sorprendió un atasco impresionante que impedía transitar hacia ningún lado. Traté de intercambiar algunos comentarios con el taxista quien se mostró huraño y no me contestó. Finalmente, después de unos minutos interminables y de que el conductor me cobrara el importe de la carrera más un derecho que él consideró justo, pude llegar a la puerta del edificio

Luego de dirigirme al piso respectivo y de insistir varias veces a la recepcionista para que me atendiera, no obstante haberle informado que tenía una cita a la hora indicada me ordenó sentarme en una sala en donde había más gente. Allí me mantuvo durante hora y media. Entre tanto y al ver que una mujer protestaba neuróticamente porque había dejado en su casa su teléfono celular me atreví a indicarle que en el primer piso había una oficina en donde le podían facilitar uno. Encarándose y mirándome severamente me dijo que no entendía qué era lo que quería decirle. Al repetirle cortésmente mi sugerencia me contestó que ella no me había pedido ningún consejo y que debía dedicarme más bien a mis asuntos. Por fin y cuando estaba a punto de reventar logré la entrevista la cual duró lo que dura una vela al viento. Por fortuna pudimos concertar una reunión para los próximos días la cual acepté de buena gana porque pude notar que el entrevistador estaba más nervioso que yo. Pobrecito, dije para mis adentros.

Al salir nuevamente a la calle observé que estaba lloviendo y me había olvidado llevar paraguas. Decidí esperar un poco hasta que opté por tomar otro taxi y cuando este se detuvo, otro caballero más avispado se me adelantó y se encaramó sin pensarlo dos veces. Pensé: eso suele suceder también en los parqueaderos cuando se está tratando de aparcar y otro se le adelanta y le ocupa el sitio escogido, o en la fila de un banco, o en cualquier otro escenario en donde siempre hay influencias y tienen más derecho los amigotes de un funcionario, que quienes han estado esperando por largo tiempo. ¡Este mundo no es para los pendejos sino para los sátrapas y los cafres!

Logré controlarme y meditando un poco me sirvió para decirme a mí mismo: esta no es mi vida. Esto no es lo que yo he escogido. Este no es el ajetreo que me merezco. Estos no son ni deben ser mis conciudadanos con los que quiero compartir mis momentos de angustia ni de felicidad, ni ellos serán los que determinen qué ni cómo es que debo responder ante las dificultades que me plantea el medio exterior ni cómo quiero sentirme. Igual caí en cuenta que soy parte de una sociedad abatida por el egoísmo, por la ira, por la barbarie y por el odio y que por lo tanto en mí y en cada uno de nosotros está en que ello empiece a cambiar, así parezca imposible.

En adelante, yo he sido el dueño de mis actos y el capitán de mi propio navío. Soy quien decide qué es lo que quiero para mí, quien debe ser mi gente, quienes mis interlocutores. Me prometí no depender de nadie sino de mi propio criterio para ser feliz, para abordar con serenidad las circunstancias en mi propio beneficio en cada pasaje de mi vida y sobre todo, aprendí que cada dificultad trae su enseñanza, que cada contratiempo se convierte en una escuela gratis, pues sin duda cada uno de ellos trae un mensaje positivo. Desde entonces he aprendido a sacar provecho de las adversidades y he encontrado la tranquilidad que nadie puede ofrecerme, la felicidad que tanto aprecio y la seguridad que solo yo sabré dispensarme y que los demás también necesitan.

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